lunes, 22 de febrero de 2016

Miel. Aquella era la última palabra del libro.
Y Marina la saboreó entre sus labios, dulce y amarga. Dulce como los finales empalagosos y románticos que terminan con un beso en los labios. Amarga como las cosas que se acaban, como la sensación de vacío que ahora sentía mientras sostenía aquella vieja edición de bolsillo entre sus manos.



Marina amaba leer, le fascinaba la inmensidad que se esconde tras las tapas de una novela: el hecho de crear una obra, de creer en una idea, de llegar a tocar un corazón en la distancia... había tantas cosas que le resultaba imposible enumerarlas todas.
Hay que decir que a Marina le brillaban los ojos con cualquier cosa. Se emocionaba con facilidad, tal vez porque era demasiado empática y el mundo le parecía un universo de pequeños detalles milimétricamente calculados que escapaban a su entendimiento.

Releer


Releerte es como dejar bailar mis dedos sobre un piano, improvisando la melodía que ya está escrita en nuestros labios.
Releer tus palabras y las mías, empaparme de delirios de pasado ahogados en bahías desconocidas.
Releo y gano y pierdo y siento. Siento como me golpean las palabras. Definiciones que como si fuésemos los indicados proporcionamos tiempo atrás sobre nosotros mismos.
Cojo el reloj de arena y lo estallo contra la pared. Me tranquiliza, la arena desaparece y se lleva las palabras. Las palabras pasadas, las presentes que se convertirán en pasado y las futuras que serán presente y estarán igual de condenadas al olvido, o el equivalente: la huella de haber sido estalladas contra la pared.