Hace tiempo, y no quiero sonar cliché. No he depurado mi estilo, pero supongo que habrá cambiado. Yo me siento diferente. Más estable, en general, a pesar de la precariedad de algunos ámbitos. Feliz. Mucho.
Escribir siempre ha sido un refugio ante la verdad invisible e inabarcable de lo difícil que resulta a veces comprender la vida y darle sentido. Creo que por eso he estado viajando. Lo he hecho montada en lo más literal del concepto y, como siempre, sigo llevando en mi bolsillo un billete de ida hacia Dentro.
Hacia Dentro.
Seguimos en ello. El autodescubrimiento es un pozo sin fondo cuando la curiosidad tiene alma infantil. Imparable, persistente, decidida a cuestionarlo y descubrirlo todo: lo que duele, lo que hace cosquillas, lo que sorprende, lo que abruma y lo que abraza. Lo que deshace, lo que recompone, lo que reconfigura, lo que riega y lo que no se entiende, sobre todo lo que no se entiende. El autodescubrimiento me trae música, gente, trabajo, espacios de ocio donde caben el deporte y una guitarra, cañas, croquetas, pintura, palabras, lecturas que son conversaciones a deshora. Me lo trae todo, en bandeja de plata, con un protocolo impoluto y con traje de frac.
Viajes diarios.
Ayer viajé por lo menos 29 veces. La última fue hablando con una amiga, mientras retomábamos sabores dulces, compartíamos teletransporte a 2003 y fijábamos nuestra mirada en la fuente de los delfines. Qué incríble resulta cuando el estímulo se presta tan ligero a la inefabilidad de despertar a la niña interior. Qué absolutamente maravilloso y mágico.
A menudo, de un tiempo a esta parte, siento que estoy donde debería estar. Creo que lo estoy haciendo bien: vivir; y me fascina esta sensación. Es como tener un seísmo en el pecho, una cantidad de energía desbordante, de ser un generador con piernas de acero, que pisan fuerte y sabiendo dónde, desde dónde y hacia dónde. Siempre hacia dentro. Más hacia Dentro.
Más hacia Dentro.
Más hacia Dentro siempre hay nuevas preguntas que responden a las previas. Nuevas ideas que proponen ilusión regenerada y una perspectiva fresca sobre lo que ha sido y lo que puede que venga. Más hacia dentro la madriguera no se estrecha, sino al revés. Estoy flotando, como Alicia, pero sin vértigo. Apostar por una misma y por lo que me hace feliz siempre será imperativo. Me gusta este punto vital, de tener la certeza de que la vida es incierta, y tener esa verdad entretejida en mi piel, y sentirla tan cómoda como un abrazo bien dado.
Me apetecía compartir la caída, como un camino, porque todos lo hacemos constantemente: caer al vacío, sin dirección y sin la más mínima idea de cuándo puede haber un giro de guión. Decir, que siento la lucidez de poder apreciar últimamente el mundo con especial belleza, y que creo que es necesario para mí vivir así. Dejarlo escrito le da vida. Compartirlo le da sentido.
Con amor, María.
"...and curiosity often leads to trouble"