domingo, 31 de julio de 2016

Noctámbula

No parece Madrid, la luna es una tarta partida justo por la mitad y las farolas se han apagado tentando a la noche (que asoma tímidas estrellas desde mi terraza) a mirarme a los ojos.
Se escuchan grillos, conversaciones del bar de la esquina y de vez en cuando el motor de un coche que atenúa su estruendo según se aleja.
Calma. Incluso el verano ha reservado la brisa que contrasta los más de 30ºC del mediodía.
Perfección, una dosis de pensamientos acerca del amor, los grillos se ríen.
Compuse la melodía hace meses, la letra vino a mi esta misma tarde y suenan acordes robados de una guitarra azul.
Las palabras nacen en mi pecho y se alejan quiero pensar que con el viento para no ser escuchadas por quien las inspira. Si es que todavía se corresponde con la realidad.
Dos luces en el edificio de enfrente, una estatua que custodia la calle, el reloj de la torre, una chimenea. Confidentes de esta noctámbula a la que no parece que Morfeo quiera venir a rescatar. Deleite de una noche de verano. Soledad, pero qué bien sienta.


miércoles, 13 de julio de 2016

Los días

Pasan como peatones cruzando un paso de cebra, abandonan su acera y dejan de ser.
Los días se suceden como una serie macabra que no alcanza nunca su fin, de modo que nunca vuelven a ser triángulos, ni círculos, ni hexágonos.
El niño de primaria se siente perdido no sabiendo cómo ordenarlos ahora que ha tomado conciencia de que, aunque año tras año tengan el mismo nombre, nunca serán los mismos.
Los días cambian de forma y de olor y de sabor.
Los labios hablan, enmudecen, se persiguen y se encuentran, se funden. Las bocas  se vacían de humo, se llenan de agua, estallan en carcajadas y se cierran. Dejan trabajar a los ojos. Las miradas se rehuyen pero nunca se separan, encriptan mensajes ocultos con códigos que sólo poseen unos pocos.
Son sólo un grupo de personas y un animal en un salón coleccionando el momento, atrapándolo en sus mentes, acariciándolo con los dedos.
Es otro día que pasa de largo con sus leyes, papeles que caen de una ventana y dos pequeñas manchas en la cama.
Son manzanas que caen del árbol en el que Newton observaba las nubes, y un simple golpe que te despierta y te dice que quedan horas para que hoy acabe y con él el paso de otro día.

"El niño de primaria se siente perdido no sabiendo cómo ordenarlos..."

Un aperitivo mutante


-Un tonto de verano, por favor.
Me mira extrañado, sonrío.
- ¿Va a venir alguien más?
- No. 
Vuelve haciendo malabares con el tinto y una pequeña bandeja de aceitunas y patatas.
-"El tonto, un aperitivo y te invito a un tinto".
Se sienta. Vuelvo a sonreír. Él coge una patata y sin dejar de mirarme se la come. 
- No trabajas aquí.- Afirmo.
- No.
-¿Trabajas?
- En un experimento.
-¿Funciona? 
- No lo sé. Todavía estoy en la primera fase.
-¿Puedes contarme en qué consiste tu proyecto o es alto secreto?
-Va contra las normas.
- Entiendo.
Seguimos hablando por largo rato, sin preguntar el nombre del otro. Hablamos de filosofía, del amor, de la amistad, la familia, los grandes temas, esos que son profundos como el océano, tienen turbulencias y provocan tsunamis en las almas de las personas. 
-Me voy.
-Está bien, ha sido un placer conocerte... yo invito. 
-Gracias pero no puedo aceptarlo, después de todo tú has tomado la iniciativa y me has traído a la mesa un "tonto" de verano muy refrescante. También para mi ha sido un placer.
- Tal vez nos veamos algún día.
-Tal vez.- Sonrío automáticamente dando a entender que las probabilidades de que eso ocurra son mínimas aunque tal vez el destino nos tenga preparado otro encuentro.
Y el aperitivo, que tenía pinta de ser unos minutos a solas con un par de hielos y unas aceitunas... muta, se transforma, y acaba siendo una agradable charla con un desconocido. 




viernes, 8 de julio de 2016

¿En quién piensan los escritores de música cuando la componen?


Esas mañanas que te despiertas con una frase en la cabeza y ganas de tomar fruta en vez de café o galletas o cualquier otra cosa. Esas mañanas en las que te apetece música sin importar de donde provenga, pero que suene una guitarra de fondo y la batería marcando el ritmo.
¿En quién piensan los escritores de música cuando la componen? 
Pensarán en sí mismos, en sus experiencias, sus deseos... o tal vez no. 
No lo sé, pero esta mañana me apetece escucharlos a todos, en todos los idiomas y de todas las épocas. El amor hacia la música es algo bastante más difícil de romper. 





martes, 5 de julio de 2016

Kilómetros de noche

El mundo es tan grande cuando estás en la carretera...
Ningún coche delante, ninguna luz detrás. La bóveda infinita y oscura custodiando tus 140 km por hora. Las ventanillas entreabiertas y el olor de la tierra mojada atravesándote la tráquea y acostándose en tus pulmones. Entonces miras al cielo y te parecen estáticas. Las estrellas. Parece estático su brillo y su calor y su tamaño. Inmóvil la distancia que te separa de ellas.



Y te das cuenta de que en esa grandeza cabe todo lo impensable: caben guerras civiles y mundiales, cabe amor y la profundidad que implica querer a alguien, caben mentiras, caricias, robos y besos y besos robados, desgracias, accidentes, cabes tú mismo.
Cabe tu fe y tu incredulidad, cabe la música.


Caben las películas y el arte y el alcohol y las drogas, las religiones, el sexo, el silencio y el pensamiento. Psicópatas, locos, lunares y lunáticos, animales y oxígeno. 
Y podrías seguir enumerando cosas, excesos y faltas hasta agotar toda la tinta del mundo y todas las superficies y sólo habrías empezado a descubrir la silueta de una milésima parte del mundo. 
Pero aquí, en la carretera, como si las ruedas fueran sigilosos duendes que no quisieran despertar todavía al Sol, volamos sobre el asfalto y la tormenta nos esquiva desde la diestra de Dios.