sábado, 10 de diciembre de 2016

separa, se para el tiempo.

Se oían platos rotos después de romperse
Se oían gritos, como aullidos, después de gritarse
Se escuchaban parpadeos culpables en cada mirada
Se iban difuminando sus siluetas con cada trazo que daba.

El pintor guarda silencio. Le llega la hora al panadero:

Amasa con sus robustas manos los panecillos
Se vuelve loco inhalando la harina recién horneada
Le da formas fantásticas y fantasiosas (que surgen de la nada)
Que surgen de sus robustas manos que amasan.

El panadero vuelve a casa. Le llega la hora al juguetero:

Despierta a las campanillas del puesto verde de la esquina de al lado.
El juguetero aguarda a los niños, y a sus tierna risas .
Y, sin prisa, prepara los tarros donde cada día guarda
la inocencia de los infantes que se pierden en su tienda.

El juguetero sale a mirar las estrellas. Le llega la hora al funambulista:

Soporta el peso de la cuerda bajo sus pies,
mientras se concentra en olvidar ... que hay una opción de caer al vacío.
Se repite a sí mismo que no hay público esta noche que, 
bajo la anodina carpa de Circo sólo cabe él. 

Describe curvas en la arena. Le llega el turno a la muerte.

Ella es minúscula, no tiene nombre propio,
Tal vez ese sea el misterio, y no el hecho de que le falte rostro.
Siempre nace, en pequeñas cosas de todos los días.
Siempre muere, como en este folio, es el punto tras el que no queda absolutamente nada. 


La muerte se aleja de la escritora y de la escritura. Le llega el turno al lector.

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