Para mi el día, fuera de esos muros, extendía sus brazos como si fueran las manecillas, indicándome que aún quedaban horas para que brillase el sol cuando; minutos antes, todo parecía estar en blanco y negro.
Me senté en Moncloa, mirando fijamente a la carretera, absorta en los miles de coches que pasaban acariciando el asfalto. No pensaba en nada y no sabía por qué. No tenía nada que decir así que escuché.
Cerré los ojos y me concentré en los intensos e incesantes latidos de la ciudad, con su ritmo acelerado, sin descansar un minuto para respirar... y descubrí que así era como me había sentido estos últimos días. Y tuve ganas de abrazar Madrid, de abarcarla con mis brazos y acunarla hasta que se quedase dormida.
Tuve ganas de apagar el sol y encender la luna, de darle al botón de silencio, de escribirle una carta a mi querida amiga. Sonreí. Llevaba conmigo un cuaderno y el estuche (además de mil caramelos de limón en el fondo de mi mochila).
"Querida Madrid:_ escribí arriba a la izquierda, comenzando una breve carta sin fecha que más tarde rompería_ gracias."