martes, 11 de agosto de 2015

Y de repente... no tiene nombre

No tarda en cogerse alguna que otra borrachera simpática que le hace ver el mundo con otros ojos. Es lo que tiene el sabor del alcohol en su paladar. Sabe a deseo, a magia. Sabe a querer explorar lo que le rodea y a bucear en el fondo de otras personas. Sabe a conocer, a olvidar unas cosas para poder hacer otras que se grabarán como nuevos recuerdos en la central de su cerebro. Sabe a que el amor no tiene nombre y al mismo tiempo los tiene todos. Sabe a que ya no importan los sentimientos fuertes ni la fidelidad sino la espontaneidad y la diversión. 
Se detiene y pasa la cinta de los últimos días una vez más.Tiene el regusto de algo que nunca había cruzado por su mente y que no está mal para pasar el tiempo y avanzar a cámara rápida sus latidos para volver a recuperar la noción de si misma. Quién es, quién quiere ser, a dónde quiere llegar y si realmente está dispuesta a superar sus retos. 
Primer reto: otros labios. 
Lo supera y sabe bien. Imaginaba que sería parecido a la venganza o a la ira volcada en una acción indeseable y carente de trascendencia. Resultó ser tierno y conmovedor, pero al mismo tiempo desprendía el calor de una hoguera que no se apaga. Y llegan mil bomberos y desisten en apagar el fuego, es más, encienden otra llama diferente. 

Y ella sigue sentada ignorando la música de fondo. Solo oye su banda sonora: palabras y sonidos que se funden en conversaciones que duran el tiempo que dejan libre entre beso y beso. Voces que sus oídos no han archivado todavía pero que resultan tan atractivas como un juguete nuevo que acabas de sacar de su envoltorio. 
Y el sol oculta la noche entre los primeros rayos. Siguen sentados charlando y robándose los labios despacio, de vez en cuando, procurando no saturar el significado de las caricias y dejar que siga siendo parte de un juego inocente y caduco. Y cuando uno de los dos desaparece al otro no le importa y sigue bailando, como si no hubiera pasado nunca aunque ha sido la tinta que ha ayudado a escribir el punto y final de algo que ya quedó en el olvido. Y de repente el telón se cierra, el libro se acaba y el amor... no tiene nombre.

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