jueves, 20 de junio de 2024

Es crucial hacerse preguntas

¿Y si hay cosas que no caducan? Como las ganas de escribir, que parecen tener el superpoder de multiplicarse desde que empecé a crear callo en mi dedo anular al sujetar mi primer lápiz con más o menos cinco años. O como escribir (quizás sería más acertado decir divagar) en un blog, que parece que tuvo su momento estrella hace diez años, y cinco después la gente se pasó a otras plataformas más sociales e instantáneas, menos creativas en un sentido purista e introspectivo. Pero para mí no ha caducado (todavía). Sigue teniendo el encanto del principio. Es como encontrarse al borde de un precipicio. Me viene a la cabeza la imagen de los Cliffs of Moher, en Irlanda, a poca distancia de Galway, con sus salientes en zigzag, desde cuyo borde se puede intuir a qué sabe el mar en el momento en que las olas rompen y llueve hacia arriba. Igual que ese abismo que le deja a uno el rostro mojado y frío y el viento vibrando agudo en los oídos, el blog produce una sensación parecida; creándose en el blanco de la entrada nueva ese suspense que exige un salto al teclear cada pensamiento, y moldearlo, corregirlo o dejarlo ser sin prejuicios. Y arrojarlo ahí mismo, al océano que constituye internet. Asesinar el pensamiento al empujarlo al vacío y condenarlo a la libertad de ser visto por otros, de entrar en sus cabezas durante un instante, quizás incluso despertar a otro, uno que dormía o que no se atrevía a nacer... quizás pasar desapercibido y no generar nada salvo ruido blanco, como el que produce la espuma diluyéndose contra la roca al morir la ola.
Me habría gustado estudiar filosofía. Creo que es crucial hacerse preguntas. Mínimo diez al día, porque menos es difícil, aunque se haga de forma inconsciente. Estoy convencida de que no todas serían existenciales, ni brillantes, ni profundas. No tendrían por qué serlo. Por lo menos al principio. Sé, sin embargo, que con el tiempo irían evolucionando, como el bebé se convierte casi sin darse cuenta en adulto, y entonces las preguntas nos plantearían retos. Hoy me pregunto por qué los blogs fueron una herramienta tan empleada por mi generación y en mi entorno durante la época adolescente, y si la función que entonces cumplía no podría evolucionar para aportarnos algo en el presente. En algún sentido me da pena ese cambio, el de pasar de productores a consumidores. Antes escribíamos más, reflexionábamos más, empleábamos el lenguaje y jugábamos con él y así nos construíamos. Creo que ahora da pereza, que ahora prima el deslizar el dedo por la pantalla fría para leer mensajes instantáneos, muchas veces superficiales y que no aportan demasiado. Mensajes que aparecen como estrellas fugaces, pero que nunca registrarán deseos. Nos abstraen y nos impiden conectar con el presente y, sobre todo, nos mantienen al margen de la creación propia. Y es cómodo el sillón que nos ofrecen, que se adapta a nuestro cuerpo, casi atrapándolo sin remedio a pesar de estar disfrazado de abrazo. ¿Para qué salir del rol de consumidor? Para qué, si cuando te levantas para producir necesitas esforzarte y fallar y seguir intentando, y sobre todo confiar en tus ideas, a pesar de que no haya nadie que aplauda tu determinación. No es fácil confiar en uno mismo, caerse o dar tumbos y sentir la mirada extrañada del resto. Hoy una niña se asoma al acantilado y tira el cojín de su sillón al mar. El sillón es ahora incómodo. El mar le devuelve la sonrisa mojando su piel con gotas saladas. Satisfecha da un salto, pero la gravedad se invierte y cae ligera hacia el cielo, mientras llueve en la dirección acertada. Se pregunta por qué los adultos olvidan tan rápido cómo volar.

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