viernes, 24 de octubre de 2014

Rojo escarlata

Una niña a la que ya consideraban mujer. Quizás por un criterio acordado en una tarde tediosa de domingo por algunas personas importantes de esas que fabrican leyes. Una mujer que no era niña tan sólo por el mero hecho de ser mayor de edad. O eso decían los que no sabían. 
Camina, y sus huellas arrítmicas la mecen y la conducen a su destino. Su destino: un autobús blanco sin pasajeros, un vehículo en el que sólo figuran las caras cansadas de dos enfermeros, tres enfermeras y un médico. Una plataforma móvil al servicio de la sociedad. La noche suplica la última ronda.

Sonríe y, carente de toda vergüenza, es la primera en pisar las escaleras que ascienden hasta el interior del habitáculo. Vuelve a sonreír. Su amiga y su hermana la siguen, pero puedo asegurar que ella es la portadora de la ilusión de lo que en unos minutos acontecerá.
 La enfermera les pide que tomen asiento en la parte delantera del autobús. Es la primera vez que está ahí arriba, y comprueba con una mirada curiosa que la distribución de los elementos no es la que ella está acostumbrada a encontrarse. La emoción recorre sus venas, las mismas venas que portan su sangre. 

El médico les dice que serán las últimas pacientes de la noche y entonces... la enfermera les hace una serie de preguntas. Todo bien, todo en orden. Todo salvo una cosa. Ella. 
Tal vez sea pura coincidencia, un error en la báscula o cosas que pasan y a las que no hay que darles más vueltas. 49,9. Un gramo esta vez es el que se atreve a marcar la diferencia. Como la décima que no te permite entrar en una carrera, en el grado que te gusta.
Esta vez no podrá donar sangre. Tendrá que esperar. Y lo hace. 
Espera en la calle, con las manos en los bolsillos de su cazadora vaquera. Al principio triste, deja que sus pies se mimeticen con el suelo de la ciudad. Quiere aterrizar en el asfalto, de forma inocua, y sin causar el menor ruido. Su ilusión se ha esfumado entre las páginas de los libros a un euro que hay en el puesto a escasos metros del autobús. Mira hacia el cielo y se pregunta ¿por qué? ¿por qué ella no puede salvar esa noche una vida? ¿por qué no habrá bolsas más pequeñas que recojan su líquido rojo escarlata? 
Se acribilla a sí mismas con preguntas que ni siquiera debería estar formulando. Y se da cuenta. Y recapacita.
Su cuerpo gira 180 grados y regresa al autobús. Borra la tristeza de su rostro y vuelve a sonreír. Sube los escalones, y llega a tiempo para ver como un enfermero le clava la aguja en el brazo a su hermana. Sonríe. Se alegra de estar allí esa noche. Su hermana también sonríe. Es esa complicidad tan difícil de expresar pero tan natural que no puede hacer menos que sentir un pinchazo en el pecho. 
Llámalo felicidad. 
Nuestra protagonista vuelve a su estado zen de alegría y se sienta en una de las camillas en las que no están atendiendo a nadie. Su hermana y su amiga están tumbadas, apretando la mano del brazo por el que se les está extrayendo la sangre. En el autobús, los enfermeros no dejan de pasearse preguntando a sus dos últimas pacientes si se encuentran bien. Y mientras tanto, nuestra pequeña y sonriente amiga tararea en voz alta las canciones que suenan por la radio a través de los altavoces. "Girls just wanna have fun, payphone,.... y una country que está seguro que ha sido por algún período de tiempo el tono de llamada del móvil de su padre". 

Al fin, la aventura toca el timbre del verano y las clases terminan. Los niños salen en manada del colegio, con el ardor en sus corazones de que el día no acaba ahí y que aún quedan mil experiencias por vivir. 
Una niña que nunca dejará de ser niña por más que se la considere adulta. Y la historia no puede acabar. Porque sus latidos siguen haciendo que su pecho oscile, y porque ella, bajo ningún concepto, permitirá que eso cambie. No si está en sus manos. 

                  

    *[...<<¿por qué no habrá bolsas más pequeñas que recojan su líquido rojo escarlata? >>]
                                                                                                             

                                                                                                              Att: LadyWinter












 

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