jueves, 30 de junio de 2016

Quema.

La ambulancia pasó justo a mi lado y no me di la vuelta. Daba igual si seguías mirando, alcé mi mano y la furgoneta amarilla abrió sus puertas. Caí al suelo. Al instante dos hombres bajaron una camilla y me subieron en ella con la fuerza de sus brazos. Mis ojos estaban abiertos, perdidos mucho más allá del punto fijo que custodiaban sin esfuerzo.
El semáforo se puso en verde y desaparecí por la calle contigua. Desaparecí de tu espalda, de tu no presencia y de tu más atenta mirada.
Cualquier opción que baraje mi cerebro es mejor que la realidad. Es una máxima que siempre se cumple. Por eso imagino que estoy en esa ambulancia, perdiéndome, empezando de cero, nuevo rostro, nuevo cuerpo, pero mismo nombre. También mismos recuerdos solo míos y nadie es capaz de reconocerme. Incluso el fuego de esa hoguera en una noche de San Juan.

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