martes, 5 de julio de 2016

Kilómetros de noche

El mundo es tan grande cuando estás en la carretera...
Ningún coche delante, ninguna luz detrás. La bóveda infinita y oscura custodiando tus 140 km por hora. Las ventanillas entreabiertas y el olor de la tierra mojada atravesándote la tráquea y acostándose en tus pulmones. Entonces miras al cielo y te parecen estáticas. Las estrellas. Parece estático su brillo y su calor y su tamaño. Inmóvil la distancia que te separa de ellas.



Y te das cuenta de que en esa grandeza cabe todo lo impensable: caben guerras civiles y mundiales, cabe amor y la profundidad que implica querer a alguien, caben mentiras, caricias, robos y besos y besos robados, desgracias, accidentes, cabes tú mismo.
Cabe tu fe y tu incredulidad, cabe la música.


Caben las películas y el arte y el alcohol y las drogas, las religiones, el sexo, el silencio y el pensamiento. Psicópatas, locos, lunares y lunáticos, animales y oxígeno. 
Y podrías seguir enumerando cosas, excesos y faltas hasta agotar toda la tinta del mundo y todas las superficies y sólo habrías empezado a descubrir la silueta de una milésima parte del mundo. 
Pero aquí, en la carretera, como si las ruedas fueran sigilosos duendes que no quisieran despertar todavía al Sol, volamos sobre el asfalto y la tormenta nos esquiva desde la diestra de Dios. 




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