Porque tal vez de ese modo puedan deshacerse de ellos, olvidarlos por unos instantes y dejar que sea otro el que busque una solución.
Y el reloj de la vida no se detiene mientras escucha sus quejas. Y la gente se droga, y el alcohol recorre sus venas, fluye por la sangre de personas que tratan de dejar atrás sus penas.
No quedan minutos libres para permanecer en silencio. Todo es ruido y cuando ellos se paran a pensar, no es en otra cosa más que en ellos mismos.
Y mueren, marchitados como las flores en invierno, corroídos como los huesos por los gusanos en el cementerio, mientras se cierran sus ojos y se abrazan buscando en su cuerpo un resquicio de auto compasión.
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