No volvió a llover tan intensamente como lo había hecho durante esos cinco minutos. Ojalá entonces hubiera decidido atrapar las lágrimas del cielo entre su pelo, o haber alzado la vista con la boca abierta para saborear aquella tormenta de verano.
Llegó dos minutos tarde, aunque él todavía tardaría un poco más. Debajo del paraguas se sentía protegida, como si nadie pudiera hacerle daño. Se quedó quieta, mirando a un punto muerto más allá de la carretera. Pensó en él.
Otra vez una historia sin final, como mil y una otras que era capaz de contar. Una historia inexistente, palabras escritas sin razón aparente, y una canción.
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