La segunda estrella a la derecha y todo
recto hasta el amanecer.
Incapaz de apartar los ojos de la
noche, exhalo en un suspiro todo el aire que soy capaz de retener en
los pulmones. El vaho que sale de mis labios dibuja una nube
indefinida que se pierde entre los tejados de Londres, donde los
gatos negros se confunden con las sombras y lo único perceptible en
la oscuridad es su profunda mirada.
Yo observo con la ventana abierta como
las agujas del Big Ben se mueven, como si de un eterno baile se
tratara. Deteniéndose tan sólo a las 12 en punto.
Las 12, hora clave en los cuentos de
hadas, el momento mágico para cada princesa, cuando su príncipe
azul aparece y ambos se pierden en el horizonte para ser felices y
comer perdices.
Pero este cuento, lejos de ser otro
cualquiera, es el mío; el de una jóven soñadora que se limita a
escribir sus más alocadas historias.
Veréis, yo siempre he detestado el
rosa, tanto el chicle como el pastel. Prefiero el azul. Y si eso
supone ser el príncipe de mi cuento, que así sea. Seré mi propio
héroe, seré quién me rescate cuando esté en apuros.
Aunque , para qué engañarte... todos,
incluida yo, necesitamos a esa persona. Esa que nos saque de la torre
de la monotonía en la que nos sumimos cada día. Porque si no; yo no
estaría hoy aquí, mirando fijamente esa segunda estrella a la
derecha.
No estaría aquí, deseando que
apareciese Peter Pan y me llevase volando al país de Nunca Jamás,
donde los niños nunca crecen y todos los sueños se cumplen.
De repente, casi a punto de rendirme,
una luz se enciende a dos centímetros de mi nariz. Parpadeo deprisa
y me froto los ojos: no es posible.
Campanilla empieza a dar vueltas sobre
mi cabeza, rociando polvos de hada por todo mi cuerpo. Y cuando me
quiero dar cuenta, mis pies ya no tocan el suelo. Un escalofrío me
recorre desde los talones hasta las orejas, donde empieza a
pronunciarse una enorme sonrisa.
Son euforia, miedo y una sobredosis de
alegría los que laten desacompasados en un mismo corazón.
Y aún así, entre la confusión y el
chute de irrealidad, las cosas se tuercen y se hacen más
alucinantes.
Una familia entera de mariposas
revolotea en mi estómago al percatarse de que, a mi lado, Peter
sostiene mi mano. Con fuerza y seguridad, con dulzura y firmeza.
Mis ojos suben por su brazo, pasando
por el cuello hasta llegar a los suyos. Y su mirada es pura e
inocente como la de un niño.
Pasan segundos sin decir nada, y nos
perdemos en el cielo. Creo recordar... rumbo al amanecer.
Sé que parece imposible. Pero es lo
que tiene la fantasía: tienes que creer, porque si no; se rompe el
hechizo... y despiertas.
Respiro entrecortadamente, estoy
asustada. Mi mano está tendida boca arriba sobre la cama, pero él
ya no la sostiene con ternura... no me acaricia sin soltarme.
Peter se ha ido. Ha vuelto al mundo de
los sueños, del que yo, inconscientemente...acabo de volver.
Y espero a que se haga de noche...otro
día más.
Para poder volver a ese mundo en el que
me siento a gusto, en el que nunca crezco. Un mundo llamado: Nunca
Jamás.