lunes, 7 de enero de 2013

y una noche tras otra el mismo sueño...

Él la acaricia suavemente, escondiéndole uno de sus mechones castaños detrás de la oreja mientras observa como duerme plácidamente. Se fija en sus ojos cerrados, e intenta adivinar que es lo que ella estará viendo mientras sueña. Recorre su cuello con la mirada, y sonríe al descubrir que sigue teniendo un pequeño lunar donde siempre. Se detiene en su cadena de plata, y en el colgante que le regaló la semana que se conocieron, un pequeño ángel dorado que se esconde en el escote de su camisa.
Su pecho oscila lentamente, marcando el ritmo acompasado de su respiración, y al girarse él puede observar en su mejilla grabadas las arrugas de la almohada.
Se levanta sin hacer ruido, y se dirige a la cocina. Prepara dos huevos fritos, zumo de naranja y un par de lonchas de bacon que coloca sobre dos platos en una bandeja. Luego regresa a la cama. Ella sigue dormida,  muy quieta. Él deja la bandeja en la mesita de noche, cerca de ella, donde pueda despertarse con el olor de las mañanas de domingo.
Luego camina hasta su lado de la cama y busca en el bolsillo de su pantalón una cajita cuadrada de terciopelo verde. La mira: sigue inmóvil, tan quieta que hasta parece que no respira.
Frunce el ceño, se acerca a ella y la observa detenidamente de nuevo: pálida como el marfil, tan dulce, tan frágil... Su pecho ya no se mueve. Se pone de rodillas en el suelo junto a ella, y le acaricia suavemente la mejilla con los labios. Está helada.
Asustado, le toca la frente, el cuello, las manos... fría como el hielo.
Y a ella, que yace muerta sobre la cama, como una princesa encantada por un maleficio, le son indiferentes sus caricias, no siente las lágrimas, de aquel que le llora, bajando por su mejilla.
Él abre la cajita que sostiene en sus manos, y saca tembloroso el anillo mirándola fijamente. "Cásate conmigo" susurra. Pero ella no contesta. "Ya es demasiado tarde, ¿verdad?, hemos cumplido el plazo tan pronto... lo siento por todo, pero yo jamás dejaré que te vayas, no de mi mente, no de mi corazón."
Y hunde su cabeza entre las sábanas, y al abrir los ojos, ella ya no está.
Él despierta de su sueño, recordando todo lo que pasó. Se levanta y va corriendo a su armario, y mira en el bolsillo de su pantalón, donde sigue la cajita de terciopelo verde olvidada, donde sigue el anillo que nunca le entregó. Y es que ambos decidieron que sería así. Tuvieron su mes de prorroga, lejos de los hospitales; lejos de los ruidos incesantes de las máquinas que apagaban el brillo de su mirada, lejos de aquel infierno de muerte en vida.
Y eligieron recordar algo mejor que aquello, aunque eso implicara una fecha límite.
Y una noche tras otra, él tiene el mismo sueño: una posibilidad de volver a verla unas horas, un intento de cambiar su final... y como resultado la victoria de aplazar el día de su muerte mientras transcurre la noche.

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