martes, 1 de enero de 2013

Chocolate con churros para desayunar

Si pudiera haber salido de mi cuerpo sólo durante unos segundos, probablemente esto sería lo que hubiera visto: catorce personas sonriendo, todos sentados con su cuenco en la mano, impacientes porque se consumieran los últimos cinco minutos del año y por fin diera comienzo el siguiente. Sin embargo, me limité a mirarlos e intentar guardar el recuerdo en ese rincón junto a todos los 31 de diciembre.
Es curioso como empezó cada uno el año. Mi primo pequeño lo hizo berreando como un desconsolado porque no había sido capaz de comerse todas las uvas, mi tío lo hizo cantando y mi hermano tocando la guitarra. Y al son de un bolero, mi abuelo y yo empezamos 2013 bailando. 
No se muy bien qué cruzó por mi mente en esos instantes, pero sé que no era capaz de borrar la sonrisa de mis labios. No lo hice en toda la noche.
A las dos de la mañana, a través de la ventanilla del coche, Madrid se había convertido en una ciudad fantasma: los edificios se perdían entre la niebla, y ésta parecía querer acercarse a las aceras y mantener ocultas las historias que durante la madrugada del 1 de enero se empezaban a escribir con alcohol, risas y vestidos de etiqueta.
Fue una noche... sin más, como cualquier otra. Caras nuevas, la misma música de siempre y algún juego que otro para matar el tiempo. Para mí, lo mejor sin duda fue el final. 
Básicamente se reduce a saltar una valla, pelear por estar más cerca del radiador, estar tumbada (que no dormida) sobre cojines alrededor de mis amigos escuchando canciones y desayunar chocolate con churros. 
Llegué a casa ya de mañana, ni si quiera miré el reloj. Me quité el vestido, me puse el pijama, una sudadera y me dormí. Sí, me desperté sin hambre, y con la incómoda sensación de haber dormido tres minutos.
Y, querido lector, todavía sigo zombie, pero necesitaba escribir este día de locos. O al menos un breve resumen que pueda releer cuando me apetezca echar un vistazo al comienzo de este año. 
Bueno, debería despedirme ya, antes de que mis ojos se cierren del todo.
 Dulces sueños, y gracias por haberte pasado por mi mente. 

                                                                                             Siempre tuya: la escritora.   



                                   * (...sobre cojines alrededor de mis amigos escuchando canciones...)

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