Y bailaba, como si no hubiera existido
un ayer, como si no fuera a existir un mañana.
Bailaba, y su escenario era el más
controvertido, y sus espectadores éramos los más fugaces que ella
jamás.... Me pierde.
Él al piano, ella dueña de su cuerpo
y de cada uno de sus más volátiles movimientos. Decidida a no
detenerse con cada paso que precede al anterior. Decidida a ser sólo
ella en ese preciso instante, sin máscaras. Y es hermoso.
Baila, esta vez en presente. Está
allí, en cuerpo y alma, en un ahora inmediato y eterno.
Es esa hoja de Otoño que se deja mecer
con el vaivén del viento. Y va, y viene, y (de nuevo) no se detiene.
Y en las entrañas del embelesante
mundo subterráneo de la ciudad, una mujer oye la voz de su yo
interior, y responde espontánea al grito de su alma. Se une al baile
e intenta convertirse en el espejo de simetría de la incesante
danza. Un gesto de complicidad. Un detalle de dulce delirio que ambas
comparten como si se tratara de un secreto que ninguna tuviera intención de guardar.
Y se bañan con las curiosas miradas de
los que deciden apartar dos segundos sus ojos del teléfono móvil.
Miradas ausentes y vacías, sarcástica metáfora de su propia
soledad.
Pero no les importa. Se nutren de la
música y de su ignorancia.
La segunda mujer abandona el escenario,
coge su tren y se difumina como un mero recuerdo sin importancia
fácil de olvidar sin ningún tipo de escrúpulos.
Yo misma la olvido. “Ya la recordaré
más tarde cuando la pinte con palabras en alguno de mis escritos”-
pienso. Y todo sigue fluyendo, ajeno a su ausencia. Y parece que
ahora que ya no está, es ella la que se ha convertido en
protagonista del baile inmortal.
Pero no quiero, me niego a que sea ella
el centro de estas líneas.
Y se oye el devenir de los pasos de los
que se refugian bajo tierra, el devenir de sus vidas y el arrastrar
de sus cansadas decisiones. Pero yo no escucho nada de eso, nada
salvo sus pies besando el aire y mordiendo el suelo.
Att: LadyWinter