Doy vueltas y vueltas y más vueltas... hasta que pierdo el norte. La brújula de mi corazón se ha descontrolado y no deja de girar hasta que te ve, y entonces se detiene señalándote. Y mientras tanto tú estás de pie, viniendo hacia mi con las manos en los bolsillos; tan tranquilo que tengo ganas de gritarte que corras, que no tenemos tiempo que perder; que cuando estoy contigo todos los relojes empiezan una cuenta atrás que se me hace insoportable.
Pero tú sigues andando, a tu ritmo, desconectado del mundo con una sonrisa en la cara. De esas que me vuelven loca. Una sonrisa pícara y cruel que juega con mi mirada.... hasta que llegas a mi lado. Y entonces todo a mi alrededor se difumina, y me olvido de procurar acompasar mis latidos a mi respiración, porque estás tan cerca que no puedo disimular que me gustas. Que me gustas mucho.
Y pasas tu mano por encima de mis hombros y me besas la frente, suavemente, como si nos estuvieran filmando y quisieras guardar el mejor beso para cuando se acabase el rodaje.
Y desaparecemos, y nos perdemos y nos vamos lejos. Nos vamos muy muy lejos, donde puedas darme ese y mil besos más. Donde me dejes con las ganas de quedarme para siempre, donde pueda apoyar mi cabeza sobre tus hombros mientras me acaricias la espalda. Donde no haya nadie, nadie salvo nosotros dos. Donde seamos eternos. Donde, y como siempre, me parezca que los relojes nos llevan ventaja... aunque nos sobre el tiempo.