sábado, 13 de abril de 2013

Es tarde

Son las dos y cuarenta de la mañana de un domingo cuando empiezo a escribir estas palabras.  Probablemente el cielo esté oscuro, y la calle desierta. Probablemente las farolas sigan encendidas, reflejando su luz en los cristales de los edificios. No lo sé. La persiana de mi ventana está bajada, y yo debería estar dormida.
Y mentiría si dijese que no tengo sueño pero, en mi cabeza, un sinfín de pensamientos se tropiezan y juntan sin un orden aparente; impidiéndome cerrar los ojos y si más, no abrirlos hasta dentro de unas horas. Simplemente no soy capaz.
Así que, una vez más, aquí estoy... inmersa en mi perdición, cayendo de nuevo en mi mayor vicio: la escritura.
¿Sabes lo que me gustaría hacer ahora mismo?  Salir a la terraza, encender un cigarro y fumar. Sin que me viera nadie, mirando al cielo, y de vez en cuando observando como el cigarro se consume entre mis dedos, mientras se convierte en una mezcla de cenizas y humo. No sé muy bien por qué. Pero me apetece.
Quiero soltar despacio el humo por mi boca después de cada calada, y sentir un leve cosquilleo en los labios.
Vaya idea más estúpida. Antes de nada, querido lector, porque no fumo. Pero me mola cuando la gente lo hace. Quiero decir, la sensación de sostener un cigarro y mirar al horizonte, dar una calada, echar el humo y permanecer en silencio mientras tu cuerpo se relaja... tiene que ser algo indescriptible. Tal vez se sienta libertad. Aunque, claro, sólo es una mera suposición.
De todos modos, me apetece sentirme libre, tal vez para dejar por unos instantes la mente en blanco. Y así, quizás pueda olvidar mi actual estado de insomnio y simplemente me bastase cerrar los ojos para quedarme profundamente dormida.









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