domingo, 14 de abril de 2013

Melancolía

La peonza siguió girando sobre la mesa de madera, y ella no estaba segura de si se encontraba en un sueño o si todo aquello era real.


Pero olvidándose de esto por un momento, y sin saber muy bien quién controlaba sus movimientos, cruzó la estancia  y se quedó quieta a escasos centímetros de su cuerpo. De modo que él no pudiera evadir su mirada, tendiéndole una trampa para que no se moviera y escuchase hasta la última palabra de las que saliera por su boca. Aunque, tal vez, estuviera despierta, y entonces sabía que todas aquellas cosas que tenía pensado decirle le causarían daño. Un dolor tan fuerte como el que él le había provocado hacía no mucho. Y no pudo hacerlo. No quiso hacerlo.
Y se quedó muda....muda e inmóvil frente a su mayor miedo: él.
Y él no entendía nada. O quizás lo entendiera todo, pero no quería darse cuenta de lo frágil que era ella. Tal vez no era consciente de que por dentro, el corazón de la chica con el que había estado jugando era de cristal; y de que, al romperlo, éste había actuado como un arma, desangrándola por dentro lentamente. 
La miró a los ojos  pudiendo ver como ella los cerraba, dejando caer una lágrima que recorría su mejilla y, sintiéndose culpable, acercó su mano para cogerla. 
Pero ella se dio la vuelta rápidamente para evitar notar el calor de sus manos sobre su piel. No quería su compasión. Sólo quería irse, marcharse lejos y no volver a verle nunca. Quería dejar de creer en los cuentos de hadas y en los príncipes azules. Quería dejar de creer en el amor.
 Pero no pudo evitar idealizarle en su momento, y ahora tenía que sufrir las consecuencias. 
Ella se fue con paso firme, haciendo acopio de valor para no darse la vuelta y mirarle a los ojos. Se mordió el labio inferior y reprimió las lágrimas mientras poco a poco, se alejaba de él. La estancia quedó vacía, y mientras tanto, en su interior... todo sabía amargo.













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