Te chocas contra el muro. La primera vez es comprensible. Nadie lo ve nunca la primera vez porque hay que mirar a contraluz. Pero te levantas del suelo y... te vuelves a chocar. Parece que el primer golpe te ha desorientado, y te olvidaste de mirar a contraluz. Pero otra vez más, vuelves a caer en la trampa y esta vez no tienes excusa. Y retrocedes, porque no quieres avanzar hacia delante. No quieres esquivar el muro, saltarlo, ver lo que hay detrás, en el otro lado. Y vuelves a casa pensando en tus cosas.
Esta noche te dolerá. Te despertarás solo en tu cama y no sabrás por qué. Te retorcerás de dolor, tu cabeza dará vueltas. Y seguirás ignorando la razón. Y no podrás dormir hasta que se haga de día otra vez.
Saldrás a la calle, y cada paso te recordará que no quieres andar, que solo te importa una cosa y que lucharás por ella antes de rendirte. Pero una calle antes de llegar al muro te paras. Y te das cuenta. Nunca lo conseguirás si tus pasos solo retroceden, si no eres capaz de mirar más allá. Si tienes miedo.
Y tarde o temprano tendrás que tomar una decisión. Y lo harás, dejarás de luchar batallas perdidas y comenzarás nuevas. Porque no puedes vivir en el pasado. Porque eso es de cobardes. No admitir que has perdido después de haberlo intentado todo es repugnante. Y tú no eres así. Sabes perfectamente que no siempre se gana, aunque te parezca injusto.
Saltas y entonces te encuentras mejor. Allí, en el otro lado del muro. Y buscas desesperadamente a alguien que ya lo haya pasado. Pero te encuentras solo, como en muchos momentos de tu vida has estado y estarás. Porque cada uno tiene un muro diferente que pasar. Y nunca sabes que habrá detrás. Tal vez alguien haya saltado antes el mismo que tú, pero no verá lo mismo al otro lado. Porque cada uno es distinto y ve las cosas de distinta manera. Y tú no eres especial. No más que el resto del mundo.
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