sábado, 5 de octubre de 2013

Es domingo por la mañana

Despierto. Llaman a la puerta aunque no recuerdo haber quedado con nadie. Abro,todavía con los ojos entrecerrados y bostezando. Al otro lado de la puerta aparece una niña pequeña con una sonrisa que le llega hasta las orejas. Me quedo en shock unos segundos sin saber qué hacer. Ella no deja de mirarme, con esa mirada típica de los niños; con un toque de curiosidad e inocencia. Es domingo por la mañana.
- Me apetece un tazón de cereales-me dice. Y entra sin que me de tiempo a decir una palabra. Cierro la puerta y voy a la cocina, siguiendo a esa pequeña que acaba de entrar en mi casa. Me hace gracia verla de puntillas intentando coger una taza.
-Espera- le digo- Toma.
Le alcanzo una y cojo otra para mi. Me sonríe de nuevo.
Nos quedamos en silencio mientras saco leche y cereales. Cojo dos cucharillas. Todavía estoy medio zombie. Me froto los ojos y me recojo el pelo olvidándome de algún mechón.
- ¿Cuánto tiempo vas a estar así?- me pregunta.
- Así... ¿cómo?  ¿qué quieres decir?
- Ya sabes, así como estás. Atascada en un domingo por la mañana.
- No te entiendo.- Ella juega con los cereales y yo recuerdo cuánto me gustaba hacer eso cuando era pequeña. Me parecía divertido ver cómo todos formaban un círculo perfecto dentro de otro dentro de otro hasta que quedaba sólo uno en el medio de la superficie de la taza. Sonrío y la miro con nostalgia. Ella se da cuenta y levanta la cabeza, dirigiéndome una mirada confusa con sus grandes ojos azules.
- No puedes hacerte esto. Tienes que pasar página.
-¿Cuántos años tienes? - le pregunto. Y cruzo las piernas sobre la silla.
- Casi ocho.
-¿Hacerme el qué?- No puedo describir la cara que me pone. Me intimida. Me da miedo una niña de "casi ocho" años. No dice nada.
- Mírate. Vas en pijama.
-Si, eso es porque me acabo de levantar-contesto.
- Ya, pero es tarde.- Miro el reloj de la pared, pero no tiene agujas. No se qué hora es.
-No. No es tarde. Y, además ¿tarde para qué? Y voy en pijama porque es más cómodo.- Le explico.- Además, no sé por qué te quejas. Tú también llevas uno puesto.
Sonrío. He ganado. Bebo un largo sorbo de leche y vuelvo a mirar a esa curiosa niña que no deja de hacerme preguntas. Pero ya no está. No está ni ella ni el tazón de cereales que se estaba tomando hace unos segundos.
Suspiro. Tiene razón. Ya es hora de tomar decisiones, aunque lo odio. De pequeña solía pensar que eso era algo de mayores. Que yo nunca tendría que hacerlo. Me parecía una estupidez. ¿Para qué pensar antes de actuar?- decía.- Y hacía justo lo que me apetecía hacer.
Ojalá fuera pequeña de nuevo...



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