domingo, 6 de octubre de 2013

Sombras de soledad

- 3....2....1.....Ahora.- El flash se dispara en el instante preciso, inmortalizando la imagen del joven que está sentado en el estudio.- Perfecto. Ya puedes irte.
El chico es alto, de pelo castaño y ojos verdes. Se levanta vacilante, y mira fijamente al anciano, que ya ha cogido el negativo de la fotografía. Al parecer se trataba de una de esas cámaras antiguas.
El anciano se da cuenta, y añade- Has hecho lo correcto. No te preocupes.- La habitación se sume en un incómodo silencio.- Ya puedes irte.- repite, pero esta vez su voz suena seria y firme.
El chico asiente, recoge su chaqueta de detrás de la silla y sale de allí sin mirar atrás.
¿Lo correcto? ¿qué era lo correcto? ¿acaso existe una norma que diferencie lo correcto de lo que no lo es? ¿algo que regule qué está bien o mal?

Vender su alma al diablo tan solo era una llamada de auxilio, un reclamo de socorro. Y no por ello estaba mal. Tampoco eso era suficiente para decir que estuviese bien. No había nada en su vida que mereciera la pena. Nada que se muriese de ganas por gritar en mitad de la calle, nada que susurrar al oído de nadie que quisiera escuchar sus palabras carentes de coherencia. Estaba vacío, como las sombras. No era más que un cuerpo. Y ahora, por fin, sin alma. Ya no sentía dolor. No sentía aprecio ni despreciaba. No era capaz de alegrarse o enfadarse o alterarse por ningún motivo. Todo había vuelto a su lugar. Las cosas eran sólo cosas. Las personas eran sólo personas. Nadie era mejor que nadie. Nada más extraordinario que lo demás. Todo estaba agrupado en un cajón de sastre y daba igual lo miraras por donde lo miraras. No tenía deseos ni ambiciones. No sentía apego por la vida ni tampoco por la muerte. No quería dormir ni comer ni buscarle respuesta a sus dudas, pues ya nada le inquietaba. Era como vivir en un mundo de fantasía, pensar que en cualquier momento despertaría entre el sudor de sus sábanas, asustado y con las pulsaciones aceleradas. Llevó una mano a donde estaba su corazón, pero no obtuvo respuesta por parte de éste. No estaba vivo, pero tampoco estaba muerto. Se encontraba perdido en un espacio-tiempo neutros donde no le hacía falta respirar, donde no era posible retroceder ni avanzar.
 Había perdido lo que había ganado, una máscara de indiferencia. Y todo por una estúpida idea que había deseado más que nunca en el mundo: abrazar la soledad.



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