sábado, 30 de junio de 2012

Nunca Jamás



La segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer.
Incapaz de apartar los ojos de la noche, exhalo en un suspiro todo el aire que soy capaz de retener en los pulmones. El vaho que sale de mis labios dibuja una nube indefinida que se pierde entre los tejados de Londres, donde los gatos negros se confunden con las sombras y lo único perceptible en la oscuridad es su profunda mirada.
Yo observo con la ventana abierta como las agujas del Big Ben se mueven, como si de un eterno baile se tratara. Deteniéndose tan sólo a las 12 en punto.
Las 12, hora clave en los cuentos de hadas, el momento mágico para cada princesa, cuando su príncipe azul aparece y ambos se pierden en el horizonte para ser felices y comer perdices.
Pero este cuento, lejos de ser otro cualquiera, es el mío; el de una jóven soñadora que se limita a escribir sus más alocadas historias.
Veréis, yo siempre he detestado el rosa, tanto el chicle como el pastel. Prefiero el azul. Y si eso supone ser el príncipe de mi cuento, que así sea. Seré mi propio héroe, seré quién me rescate cuando esté en apuros.
Aunque , para qué engañarte... todos, incluida yo, necesitamos a esa persona. Esa que nos saque de la torre de la monotonía en la que nos sumimos cada día. Porque si no; yo no estaría hoy aquí, mirando fijamente esa segunda estrella a la derecha.
No estaría aquí, deseando que apareciese Peter Pan y me llevase volando al país de Nunca Jamás, donde los niños nunca crecen y todos los sueños se cumplen.

De repente, casi a punto de rendirme, una luz se enciende a dos centímetros de mi nariz. Parpadeo deprisa y me froto los ojos: no es posible.
Campanilla empieza a dar vueltas sobre mi cabeza, rociando polvos de hada por todo mi cuerpo. Y cuando me quiero dar cuenta, mis pies ya no tocan el suelo. Un escalofrío me recorre desde los talones hasta las orejas, donde empieza a pronunciarse una enorme sonrisa.
Son euforia, miedo y una sobredosis de alegría los que laten desacompasados en un mismo corazón.
Y aún así, entre la confusión y el chute de irrealidad, las cosas se tuercen y se hacen más alucinantes.
Una familia entera de mariposas revolotea en mi estómago al percatarse de que, a mi lado, Peter sostiene mi mano. Con fuerza y seguridad, con dulzura y firmeza.
Mis ojos suben por su brazo, pasando por el cuello hasta llegar a los suyos. Y su mirada es pura e inocente como la de un niño.
Pasan segundos sin decir nada, y nos perdemos en el cielo. Creo recordar... rumbo al amanecer.

Sé que parece imposible. Pero es lo que tiene la fantasía: tienes que creer, porque si no; se rompe el hechizo... y despiertas.


Respiro entrecortadamente, estoy asustada. Mi mano está tendida boca arriba sobre la cama, pero él ya no la sostiene con ternura... no me acaricia sin soltarme.
Peter se ha ido. Ha vuelto al mundo de los sueños, del que yo, inconscientemente...acabo de volver.

Y espero a que se haga de noche...otro día más.
Para poder volver a ese mundo en el que me siento a gusto, en el que nunca crezco. Un mundo llamado: Nunca Jamás.


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