lunes, 25 de marzo de 2019

Dulce diciembre

No es diciembre, pero lo fue, y la gente caminaba por las calles deprisa, intentando ser el primero en conseguir acabar con sus compras de Navidad.
Marina se sienta en un banco observándolos con curiosidad. Estas fechas son sus favoritas del año, pues la gente se refugia del frío en sus abrigos de invierno, con sus gorros y bufandas pegados al cuerpo. Y a ella le gusta pensar que parecen muñecos de porcelana, con la piel tan pálida y las mejillas sonrosadas.
Marina sonríe con timidez al suelo, y recuerda con dulzura como otros años ese mismo asfalto estaba recubierto por una fina capa de nieve, cuajada por el frío. Entonces, mira hacia el cielo, y está segura de que este invierno será diferente. 
Los edificios se levantan a su lado mientras camina calle abajo, y desde la última vez que los vio, tiene la sensación de que han encogido. 

         "Puede que cuando somos pequeños, las cosas nos parecen más grandes" piensa en voz alta.

Marina recorre Madrid toda la noche, se pasea por el Museo del Prado, las librerías abiertas, los pasillos de los hospitales, los parques, los colegios... llega hasta los pisos más altos de las cuatro torres. Todo brilla a su alrededor. 
Cuando termina, está exhausta. Incluso un poco desorientada. El último lugar que visita es el templo de Debod. No sabe por qué, pero ese lugar esconde un toque mágico. Puede que sea la vista que muestra de la ciudad, o los colores que viste durante diciembre, pero estar allí en ese momento, la llena de paz. Por eso, Marina se queda allí durante unas horas. Ha cumplido su misión, y  tal vez, cuando acabe el día, antes de que anochezca, recupere sus alas y vuelva con el resto de los ángeles, esperando un año más a que llegue diciembre. 

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